25 de diciembre _ Natividad del Señor, D. I.ª. cl. c. oc. privil. tercer ord. - Blanco La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, según la carne. El año de la creación del mundo, cuando en el principio crió Dios el cielo y la tierra, cinco mil ciento noventa y nueve; del diluvio, el año dos mil novecientos cincuenta y siete; del nacimiento de Abraham, el año dos mil quince; desde Moisés y la salida del pueblo de Israel de Egipto, el mil quinientos diez; desde que David fue ungido Rey, el mil treinta y dos; en la Semana sexagésima quinta, según la profecía de Daniel; en la Olimpíada ciento noventa y cuatro; de la fundación, de Roma, el año setecientos cincuenta y dos; del Imperio de Octaviano Augusto, el cuarenta y dos; estando todo el Orbe en paz, en la sexta edad del mundo, Jesucristo, eterno Dios, e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el mundo con su misericordiosísimo advenimiento, concebido del Espíritu Santo, y pasados nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judá, de la Virgen María, hecho Hombre. /:Lo que sigue, léase en tono de lectura como de costumbre:/ Augusto, señor del mundo, había ordenado un censo general y preparó así, sin saberlo, el cumplimiento de las profecías; María y José debieron trasladarse a Belén. Carentes de un techo hospitalario, se retiraron a una gruta que albergaba a un buey. ¡Allí fue donde nació el verdadero Señor del mundo! Envuelto en pobres pañales y acostado en un pesebre de piedra sobre un poco de paja, no fue calentado sino por el amor materno y paterno y por el aliento del buey de los pastores y el asno de los pobres viajeros. A estos homenajes se asoció toda la creación espiritual y material: los ángeles del cielo anunciaron al Salvador, primero al pueblo de Dios y a los humildes en la persona de los pastores, que acudieron a la gruta; después, una estrella misteriosa llevó a ella a los magos, primicias de la gentilidad y de los grandes. Toda la tierra estaba entonces convidada a entrar en el divino redil. ¡Gloria a Dios y paz a los hombres! El mismo día, el triunfo de santa Anastasia, la cual, en tiempo de Diocleciano, sufrió primero por Cristo, de parte de su marido Publio, una muy dura y cruel prisión, donde mucho la consoló y confortó el Confesor de Cristo Crisógono; después fue atormentada con larga cárcel por el Prefecto de Ilírico Floro, y por último, atada a unos palos, con las manos y pies extendidos, encendieron alrededor un gran fuego en que consumó el martirio en la isla de Palmarola, adonde había sido deportada con doscientos hombres y sesenta mujeres, que con varios géneros de muerte celebraron el martirio. En Barcelona de España, el tránsito de san Pedro Nolasco, Confesor, que fue Fundador de la Orden de santa María de la Merced, Redención de cautivos, y resplandeció en virtudes y milagros. Su festividad se celebra el 28 de Enero. En Roma, en el cementerio de Aproniano, santa Eugenia, Virgen, hija del Mártir san Felipe; la cual, en tiempo del Emperador Galieno, después de muchísimos ejemplos de virtud, y de haber reunido varios coros de Vírgenes consagradas a Cristo, por sentencia de Nicecio, Prefecto de Roma, al cabo de un largo combate, fue degollada. En Nicomedia, el triunfo de muchos miles de Mártires, que el día de la Natividad del Señor, habiéndose reunido en la Iglesia para celebrar los divinos oficios, mandó el Emperador Diocleciano que, cerradas las puertas del templo, se encendiesen hogueras alrededor, y se pusiese a la puerta un braserito con incienso, intimándoles, a voz de pregón, que los que quisieran librarse de las llamas saliesen fuera y quemasen incienso a Júpiter; mas, respondiendo todos a una que de mejor gana morirían por Cristo, fueron todos consumidos entre las llamas, y así merecieron nacer para el cielo el mismo día que, para la salvación del mundo, se dignó Cristo nacer en la tierra.